lunes, 27 de enero de 2014

VOZ A DOS VOCES, Benjamín A. Araujo M. (*Poema escrito en los 70's)

 
 VOZ A DOS VOCES

I
Codo con codo
de espalda a pecho erguido
mi pueblo
una mañana nueva
                                Don Quijote

II
¡Bestia!
¡Perro!
¡Hermano!
¿Dime ya en qué recodo te has metido?
¿dónde escondes tus huesos?
dime por qué te guardas
hermano perro

III
Codo con codo
un día
gran cadena invencible
Don Quijote
y
Sancho
les digo
              ya la mañana empieza
hoy temprano fue Cuba
y cuando Chile
o Nicaragua
o Bolivia
o Venezuela
su enorme-despertador-conciencia componía
en Chile
la junta milichet
la junta milicia
retrasó el gran reloj
que
sin embargo
…ya no se pararía

II
¡Bastardos todos del mundo
muy bien que os va reunidos!

I
Don Quijote
                    mi amigo
Sancho Panza
                        mi hermano
dejen ya a Rocinante el ceño de solemne
únanse
peguen
sobre sus
cervantinos rostros
cyrana cara
para echar trompetillas
sobre la mierda clase que domina

II
Pero el hombre
se queja
              hasta del triunfo
parece su quejar
lo que mejor acurruca
y acoge
lo que mejor acomoda
al muerto
personal
único
e intransferible
que cargamos
                       cargamos
y cargamos
cargamoscargamoscargamoscargamos
hasta
           que cae
           se derrumba
           tropieza
           se va de hocico
ese muerto
                   en nuestra fosa
                   tan personal e íntima
como sólo la muerte
suele ser
                de privada

  I
¡Que el pueblo se levanta!
¡Que el pueblo se alebresta
y despierta
es lo importante!
que yo lo esté diciendo
es lo que menos importa
                                        ¡cuando ya se levanta!

MILAGRO, Benjamín A. Araujo M.

Milagro
Íbamos de un lado para el otro. Desesperados; sin saber qué hacer. Estábamos prácticamente enloquecidos; los tres hijos que incubó nuestro amor eran víctimas de esa peste, inconcebible, innombrable, pero que ya había hecho miles de difuntos en el condado.
Corría el año de 1636, en la capital de la Nueva España, y los agoreros, tanto prehispánicos como iberos, presagiaban hambre, desdicha y desolación no sólo en la ciudad sino en todo el país. La fronteras se habían cerrado a petición de las súplicas de los vecinos del norte y del sur; éramos un pueblo encerrado en el pánico demencial.
Pero una mañana fría del mes de enero, tocó a nuestra puerta un hombre humilde que, en cuanto nos vio dijo como si ya nos conociera:
-Traigo el remedio preciso para vuestra situación. ¡¡¡Vuestros hijos, los tres, vivirán!!!...la única condición es que uno de ustedes dos muera. Esa es la condicionante.
Y mirándonos a los ojos, por turnos, a mi mujer y a mí. Tosió y dijo enseguida:
-...ustedes tienen la palabra; ¿qué deciden...?
Y no cesó de mirarnos. Con sus ojos se reflejaba un halo de interrogación. A su vez, mi mujer, Sofía, me miraba a mi con insistencia y la interrogante pululaba inquieta en sus ojos. Ante las insistentes miradas de ambos, yo, Herculano, no dudé y dije a voz en cuello, dirigiéndome primer al extraño visitante y enseguida a mi mujer:
-Desde luego...no hay duda...yo debo dar mi vida por mis hijos;  qué milagro grandioso sería que ellos vivieran. Yo ya viví bastante y he corrido la legua...así es de que: Usted tiene la palabra...
Y dirigí la mirada con fuerza impulsiva hacia él...y luego a mi mujer, que me miraba extasiada.
El hombre no dudó. Y dijo inmediato:
-Trato hecho. Vayan a la recámara de los niños y verán que han sanado...
...de inmediato lo hicimos. Nos saltó el corazón y el alma volvió a nosotros, Ramiro, Antonieta y Francisca, efectivamente estaban de pie y frescos y rozagantes como ya no lo habían estado desde que inició la enfermedad.
Buen rato estuvimos alegres y juguetones con los chamacos. Hasta que mi mujer comenzó a llorar, en una mezcla de alegría y de angustia -cosa que adiviné por la manera en que miraba a los críos y a mí-...
Lo que hizo que yo me dirigiera hacia donde había quedado aquél extraño individuo. Ni su luz. El hombre ya no estaba. Salimos a la calle y lo mismo: nada de nada...
Por un buen rato supusimos que él volvería para cobrar mi vida. Pero así pasaron horas, días, semanas y, afortunadamente, nada ocurrió...

Hasta seis meses después del acontecimiento empezamos a intuir que había sido un hecho sobrenatural: un milagro. ¡¡¡Un verdadero milagro!!! 

martes, 21 de enero de 2014

CUÁNTAS VECES..., Benjamín A. Araujo Mondragón

CUÁNTAS VECES…

Cuantas veces anduve
con los dedos del hambre
                                           de puntillas
reconocí en tus centros
el banquete
reconocí en tus recónditos lugares
mi escondite
volé palmípeda ave del deseo callado
batracio incontenible del continente
                                                             lujurioso
me posé sobre el nido de tu sueño
penetré en tus pesadillas
y en tus más sutiles sueños
y en tu onírica cara
                                   me
                                   veía

Cuantas veces anduve
con los huesos del tedio
                                         de rodillas
recosté la retórica
                                     difunto círculo que domina
para acallar la voz del hombre
no bastan
                 los fusiles
                 los decretos sellados
o la mentira güera
de un barato producto
                                    de supermercado
o un muy simple producto
                                   de superchería

Para volver silencio la poesía
faltaría que la muerte se muriera
que la sed
                  vomite de humedad
o que tu nombre
calle
y abandone
                    estas
                    llanuras

miércoles, 15 de enero de 2014

MEMORIA, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón (*En memoria de mi Madre)

MEMORIA *


Tenerte muy presente,
pese a que han pasado
ya largo cuatro años
desde que tú partiste
a estar junto al Señor.

Tenerte en la memoria
como náufrago sin meta
sin atisbar orillas sólo
abismos y olas embravecidas
siempre; eso es el mundo,
madre, desde que tú partiste.

Tengo la certidumbre de que
cuidas de todos tus hijos
que quedamos acá,
en el desamparo.

Creo que no me equivoco
lo que digo no es sólo
ganas de escribirte
sino necesidad de hablarte;
querida madrecita,
sólo se que ese día
doloroso en que subiste
el dolor hizo mella en
nuestros corazones;
pero estoy convencido
de que allá, muy arriba,
mi padre y mi hermano
prepararon la fiesta y

dieronte bienvenida.